“No te estoy diciendo que será fácil, te estoy diciendo que valdrá la pena”
Patricia Zambrano
La vida es un proceso, es un camino que hay que recorrer. En ocasiones, las sendas parecen ya transitadas, como rutas francas, amplias y sin contratiempos. Pero lo más común es que ese camino tenga cambios y obstáculos, es parte de la ruta. Algunos de estos pudieran ser fácilmente sorteados, pero otros requieren de un mayor esfuerzo, de mejores recursos personales para no perderse. Esos recursos o esfuerzos personales en gran medida se logran gracias a la actitud que se tiene para enfrentarlos, para hacer de ellos un reto o permitirles convertirse en un obstáculo. De ahí la importancia de tener una buena actitud ante la vida, pero ¿cómo se define una buena actitud?, o todavía más específico, ¿qué es la actitud?
Según la Real Academia Española, una actitud es el estado del ánimo que se expresa de una cierta manera. Para decirlo de manera más sencilla: es una forma de actuar que se convierte en un comportamiento en particular y que se produce en diferentes circunstancias, relativamente estables. Lo anterior lleva a la persona a sentir y conducirse de una manera determinada.
Por lo tanto, la actitud es un proceso constante de andar por la vida, sin importar las circunstancias por las que se esté atravesando. Es un estilo particular de actuar de cada persona.
Esa particularidad de nuestra actitud va marcando la forma en que vemos los sucesos que nos rodean. Según Stephen Cowey, existe el principio 90/10. Según este principio, solo el 10 por ciento de los sucesos en nuestra vida son definitivos e imposibles de modificar. Entre estos, se encuentran la composición de nuestra familia, el lugar en el que nacimos, alguna situación de índole nacional, o quizá hasta algún accidente.
Esto significa que el resto de nuestras acciones, el 90 por ciento de todo lo que vivimos, sí lo podemos controlar porque tiene que ver con la forma en la que nosotros reaccionamos. Es decir, no depende del acontecimiento en sí, sino de la interpretación que le podamos dar a partir de lo que podamos elegir, aprender, destacar o disminuir sobre los sucesos que vivimos día a día.
En nuestra vida habrá situaciones que sucederán, deseémoslo o no, incluso, aunque no estemos preparados para recibirlos. Aquí será nuestra propia personalidad, a través de la actitud que tengamos, la que se encargue de hacernos fácil el camino, o de complicarlo mucho más allá de lo imaginable.
De ahí se torna tan importante tener una actitud positiva, ya que está nos permitirá no sólo enfrentar estos acontecimientos y sobrevivirlos, sino mucho más allá: ser felices.
Estos eventos que ocurrirán en nuestra vida pueden ser tan complejos como la pérdida de un ser querido o tan simples como elegir un lugar para ir de vacaciones. El hecho no cambia, lo que cambia es la forma en que nos enfrentamos a este.
La vida es un viaje finito, con una fecha de caducidad definida, pero incierta. Si tuviéramos conocimiento de la duración de este viaje, no habría un minuto que malgastáramos.
La vida es como un reloj de arena, fluye de forma continua, sin prisa pero sin pausa, de un extremo hacia el otro, implacable, benévola, constante.
Así de simple es; cada día vivido es un día restado a los días con los que llegas a esta vida. La vida tarde o temprano se irá, la nuestra y la de las personas que amamos, estemos o no preparados, lo deseemos o no. De ahí el verdadero valor de ver la vida de cara al Sol, respirando profundo y viajando ligero.
Esa percepción de los sucesos de la vida es en buena parte innata, pero la actitud puede ser entrenada, como si fuera un músculo, además tiene otra cualidad todavía mayor, puede ser como una especie de radiación mágica que contagia a las personas que están a nuestro alrededor, a veces, sin siquiera notarlo.
Definitivamente, se puede cambiar de ser una persona que solo vea el lado difícil y complejo de la vida, por una que vea las situaciones con simpleza, sin tomarse lo que suceda como un agravio personal o que se confabularon los astros en tu contra. Pero para ello, hay que querer, querer en serio. Cambiar la actitud es un acto de voluntad, un ejercicio del alma y de los sentimientos. Como buen ejercicio, necesita trabajo comprometido, esfuerzo y constancia. El cambio tiene que estar sustentado día a día, no solo por un hecho específico, como una pelea con un hijo, un despido o cualquier acontecimiento positivo o negativo. No por una promesa de un momento de júbilo o por una decisión en un momento de enojo.
Entre los elementos que sirven para tener una actitud positiva, está el tener un espacio personal, en donde hagas lo que más disfrutas: ejercicio, cantar, bailar, o cualquier afición que te haga sentir bien física y emocionalmente.
Otro elemento básico es rodearte de personas que tengan una buena actitud, para que se vuelva contagioso.
Centrar la vida en lo que tienes, esto tiene una relación directa con agradecer. Hay una frase que dice: “Las personas son felices porque son agradecidas”, si haces un ejercicio diario de agradecer 5 cosas diferentes, tu actitud ante la vida de verdad cambiará.
Nadie ha prometido la felicidad absoluta, el ser feliz es una cuestión de voluntad, de trabajo diario de nuestra actitud, no de que las cosas “salgan bien” en ocasiones está fuera de nuestro alcance, pero el encontrar en cada situación, en cada reto la mejor opción, el lado amable o el buen humor si depende de cada uno, y es en esa forma de “ver” la vida diaria nos permitirá encontrar momentos en donde se pueda respirar profundo y sentir paz y así podemos iniciar nuestro propio camino hacia la felicidad.
1] 7 Hábitos de las personas exitosas, Steven Cowey